Las fake news son una de las mayores amenazas de nuestro tiempo. Su razón de ser, una vez más, está en la psicología
El vertiginoso auge de los fake news no muestra signos de aminorar y el pasado 27 de febrero la preocupación se manifestó también en el seno de la Unión Europea.
Bruselas alojó el Coloquio sobre Noticias Falsas y Desinformación, reuniendo a expertos y representantes de instituciones para afrontar el espinoso asunto de las fake news y “infoxicación”, amenazas que, según reconocen oficiales de la UE, pueden llegar a sacudir los cimientos de los sistemas democrácticos.
El inicio del fenómeno “posverdad” se reveló con las elecciones presidenciales de EEUU en 2016, que resultaron en acusaciones formalizadas por el Departamento de Justicia norteamericano contra 13 ciudadanos rusos y 3 compañías del mismo país por influir en las mismas. Se les imputa el uso de técnicas de ingeniería social dirigidas a obtener falsas credenciales de identidad y divulgar engañosas noticias y comentarios con el objetivo de influir en la opinión pública.
Suena alarmante, ¿verdad? Sin embargo, aún es más inquietante que no sea el único caso: las fake news se están convirtiendo en una auténtica plaga en internet. Mucho más que un miedo pasajero, su alcance es tanto como para alarmar a las instituciones. Abundan las “noticias” fabricadas desde cero y con el único objetivo de que la gente haga click en ellas y consuma su contenido; desde las más inocentes hasta las muy maliciosas, desde las que pujan por “likes” hasta las que aspiran a contaminar la mente. Como mínimo, las fake news son un negocio muy rentable y poco escrupuloso; como máximo, una perversión del debate público y de la cultura de la información, con nefastos efectos como, por ejemplo, llegar a afectar en el resultado de unas elecciones.
El poder de las redes sociales
Cada vez hay más insistencia sobre la amenaza que suponen las fake news para nuestra sociedad y cómo su influencia resulta difícilmente atenuable cuando estas “falsas verdades” han sido masivamente propagadas. Hay un refrán que dice “difama que algo queda” y los refranes, queramos o no, siempre guardan algo de verdad (y de mentira).
En un entorno donde las redes sociales se han convertido en el quinto poder -escindido de los medios de comunicación-, la lucha contra la difamación está resultando ser una batalla desigual. Todos los sectores, desde los económicos a los puramente sociales, son objetivo de una nueva estrategia de desestabilización, pero, por el momento, ni los gobiernos ni la tecnología están siendo capaces de contrarrestar estas fuerzas de forma eficiente y las fake news no muestran signos de debilidad ni tienen visos de desaparecer en un futuro cercano.
Así, el último eslabón de “control de veracidad” termina siendo el ciudadano, que se encuentra en la posición de tener que detectar si una noticia es verdad o mentira basándose exclusivamente en su propia intuición. Y ahí está el quid de la ingeniería social, ya que manipulando con astucia las emociones y valiéndose de sesgos y prejuicios inherentes a la psique humana, los responsables consiguen burlar este filtro y hacer pasar información falsa por verdadera.
El papel de psicología
Y es que la psicología tiene mucho que decir en este campo, tanto como para ser la precursora del término “mentira emotiva”. Uno no se sorprende al comprobar que los ciudadanos a menudo no hacemos un análisis crítico de las noticias que recibimos cuando confirman o disputan nuestras opiniones iniciales, ya que el intenso acuerdo o desacuerdo libera un gratificante flujo de dopamina. Nuestra adicción a estas sensaciones sale más que rentable para aquellos que gestionan y distribuyen esta información, ya que ganan dinero vendiendo espacio a anunciantes y traficando con clicks.
Por eso cada vez son más los que abogan por la sensibilización de las personas a través de mecanismos de aprendizaje que evidencien aquellas filias y fobias que nos hacen vulnerables a las fake news. Algunos hacen uso del juego (ludificación) como técnica de simulación y aprendizaje, como propone la Universidad de Cambridge, utilizando la empatía para situarnos en un rol “manipulador” y así poder observar nuestra propia capacidad de ser influenciados por el contexto que nos rodea. Lo que es sin duda necesario es formar a las personas para saber evitar este “campo de minas” que es la red, ya que, cuanto más sofisticadas se vuelven estas técnicas (incorporando incluso técnicas de IA) y más tantos se apuntan, mayor amenaza suponen para la ciberseguridad de empresas y particulares a nivel global.
Técnicas de ingeniería social
Estos planteamientos traen a la memoria algunos estudios que han servido como base a múltiples técnicas de ingeniería social y que hoy se han convertido en rabiosa actualidad. Precisamente un antiguo vídeo que se puede encontrar en Internet ilustra algunas de estas situaciones.
Se trata de técnicas basadas en el ejercicio de la autoridad, la reciprocidad, la prudencia, el reconocimiento social, la afinidad, el seguimiento colectivo o las amenazas ante el comportamiento de las personas que son habitualmente utilizadas por los principales grupos de ciberdelincuentes como puertas de entrada a los sistemas informáticos.
Así pues, queda evidente que la primera medida para protegernos de los ciberataques y de sus efectos es activar y afinar el filtro de detección de la veracidad: nuestro propio juicio. Y es que quizás deberíamos empezar a pensar que en el mundo de la transformación digital la sensibilización en materia de seguridad de los ciudadanos/empleados debería pasar a ser una “asignatura” más de nuestras vidas. Concienciar y formar, una vez más, es el primer paso.